8º Congreso del PCC: preservar los cambios

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8º Congreso del PCC: preservar los cambios

Por Matías Mongan y Susanne Gratius

Bajo el lema “unidad y continuidad” se celebró entre el 16 y el 19 de abril el VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC). Si el Congreso anterior del PCC en 2016 sirvió para despedir a Fidel Castro quien murió unos meses después, esta nueva edición escenificó la salida de poder de la generación histórica incluyendo a Raúl Castro y José Ramón Machado y demostrar unidad en torno al Presidente Miguel Díaz-Canel en medio de una crisis económica histórica con una caída del PIB de -11% en 2020.

Oficialmente, la cúpula del gobierno señaló su compromiso con la continuidad política-institucional, en un momento de traspaso de poder a una nueva generación de dirigentes encabezados por el dúo Miguel Díaz-Canel y el Vicepresidente Manuel Marrero, ambos cercanos a los sesenta años. Asimismo, se brindó un tibio respaldo a las reformas económicas incluyendo la histórica reforma monetaria que unifica el peso y el CUC para hacer frente a los enormes desafíos económicos, sociales e internacionales que afronta el país en medio de la pandemia que revocó la frágil estabilidad económica que Cuba había logrado con la ayuda de su aliado estratégico Venezuela, ahora al borde del colapso.

El inexorable recambio generacional

El cambio generacional centró un Congreso del PCC de pocos cambios. En su discurso de cierre, el presidente Díaz-Canel resaltó “El Octavo Congreso concluye y no dudo en calificarlo como histórico. Es un hecho. Al margen de nuestras emociones y sentimientos por la historia viva y el liderazgo invicto de los que hoy traspasan responsabilidades y obra a nuestra generación, hay una trascendencia imposible de soslayar”.

No obstante, a pesar de su avanzada edad y consciente de la crisis de legitimidad que afronta el Presidente, Raúl Castro prometió seguir vigilando la continuidad del gobierno. En su Informe Central del Congreso anunció: “mientras viva estaré listo, con el pie en el estribo, para defender a la Patria, la Revolución y el Socialismo”. Incluso resucitó la “batalla de ideas” de Fidel a la que él mismo había puesto fin durante su presidencia y prometió volver a la vieja militancia de defender una Revolución que no tiene herederos: “La mentira, la manipulación y la propagación de noticias falsas ya no conocen límite alguno. Mediante ellas se conforma y se divulga a los cuatro vientos una imagen virtual de Cuba como una sociedad moribunda y sin futuro, a punto de colapsar y dar paso al tan anhelado estallido social. Sin embargo, la verdad es otra, la contrarrevolución interna, que carece de base social, liderazgo y capacidad movilizativa, continúa decreciendo en la cantidad de sus miembros y el número de acciones de impacto social, concentrando su activismo en las redes sociales e Internet”.

Esto es también una respuesta a las crecientes protestas de los opositores y, más recientemente, del lado de la cultura que hasta ahora sirvió de escudo para demostrar un mínimo de libertad en Cuba. El movimiento de San Isidro fue apoyado no sólo por los opositores que aún no han abandonado el país, como Yoani Sánchez, sino también por algunos leales al gobierno que rechazaron el Decreto 349 que busca restringir las expresiones culturales en la isla, hasta ahora uno de los pocos espacios con mayores libertades. 

Los jóvenes son el principal dolor de cabeza de una Revolución que no tiene quien le suceda. El mismo Raúl Castro indicó que el 42,6 % de los militantes comunistas tiene más de 55 años edad).El presidente Díaz-Canel incluso se atrevió con una autocrítica al afirmar: “En la era de Internet, que ya les permite a millones de cubanos llevar determinada percepción del mundo en un celular, nuestros mensajes a la militancia no pueden seguir la lenta ruta de la vieja imprenta”.

Sigue el tibio gradualismo en medio de una grave crisis económica

El proceso de reformas en Cuba cumple 30 años, desde que, en el Congreso del PCC de 1991 se aprobaron algunas medidas económicas para paliar los efectos de la caída del muro de Berlín y la desaparición de la URSS que en su momento fue el principal socio económico de Cuba. A partir de 2000, Venezuela sustituyó la vieja alianza con la URSS reproduciendo un intercambio similar: recursos humanos de Cuba a cambio de petróleo desde Caracas. El colapso económico de Venezuela puso fin a este lucrativo negocio que permitió durante veinte años la supervivencia del gobierno cubano que ahora afronta nuevamente una profunda crisis económica y de legitimidad tras la salida de la generación de la Revolución.

Si desde la academia y los sectores “cuentapropistas”(pequeños empresarios) esperaban que la reforma monetaria actuará como un disparador para generar más cambios, estas expectativas no se cumplieron. El documento “Actualización de la Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista” apuesta por la gradualidad, una política que ha sido fuertemente criticada por economistas cubanos que la ven como la principal causa del fracaso del programa de reformas impulsado desde 2008 por Raúl Castro.

El único cambio que resaltó el Congreso fue la ampliación de las actividades laborales por cuenta propia de 127 actividades permitidas a más de 2 000 sin permitir una privatización de actividades como la abogacía, la consultoría, las consultas médicas u otras profesiones que requieren una formación universitaria.

Más que una promesa de reformas, esta octava edición del Congreso tuvo un valor simbólico para demostrar unidad y continuidad  en medio de una tormenta perfecta de crisis económica que aumenta la pobreza y la desigualdad y un traspaso de poder a los líderes post-revolucionarios cuya legitimidad depende del grado de apertura que permitan. El mero hecho de que Raúl Castro vislumbró la posibilidad de un “estallido social” indica la dramática situación de la isla que generó la pandemia, pero no la crisis económica. En la medida en que crece el abismo entre un liderazgo autoritario envejecido y una sociedad castigada por 62 años de ajuste económico aumentarán las protestas contra un gobierno incapaz de solucionar los problemas de los cubanos. Si quiere sobrevivir sólo tiene una salida: aumentar las libertades en la isla y acelerar las reformas. 

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